Está oscureciendo. El último de los clientes ha salido. Tras él, se han cerrado las puertas y más tarde, el cartel de luces de neón deja de iluminar. Mientras los trabajadores limpian las mesas y de fondo suena una musica que podría tratarse de cualquiera de las canciones que están metidas dentro de la vieja máquina de discos, abro la única puerta que, por cuestiones sentimentales, aún no he reformado. Las escaleras, que ya deberían ser reforzadas, crujen a cada paso, y cada paso voy más abajo. Ya he llegado, la fria luz del ordenador ilumina la estancia. Sí, ya os veo, estáis aquí. Bienvenidos.